de
Su Eminencia Tikhon, Arzobispo de Omsk y Siberia
"Yo soy la luz del mundo" (S.
Juan 8:12)
Ha
comenzado la grande, y salvífica para el mundo, festividad de la Navidad de
Jesucristo. En este día festivo quisiera expresar, que en el estado
dificultoso, penosamente dificultoso, en que se encontraba el género humano
hasta la manifestación del Salvador del Mundo, cuando todo el mundo moría en
pecado e impiedad, cuando la fe, el honor, la justicia y la verdad habían
desaparecido de la faz de la tierra y cuando el descontento, el anhelo por la
verdad, una real desolación, como desesperante oscuridad, rodeaban al mundo.
"No es posible estar en un marco de orden”, decía el mejor de los paganos
(Platón)- “a no ser que el mismo Dios, oculto bajo la imagen de hombre, nos
manifieste nuestras obligaciones hacia Él.” El pueblo hebreo gemía bajo el yugo
de la ley sinaíta, cual era aplicada externamente, a espera de la liberación de
este yugo, mediante el cumplimiento de las profecías acerca del Mesías. La
orgullosa Roma se revolcaba en el lujo, libertinaje e impiedad. Un amargo
suspiro salía del seno de la humanidad vetero-testamentaria: “Saca mi alma de
la prisión; ay de mí ¿quién me librará de los lazos de la muerte?” Una
aterradora nube, sombría con la ira de Dios yacía sobre la humanidad. “No
contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es
carne” (Génesis 6:3) Me gustaría decir que, en medio de la densa, sombría noche
de incredulidad, vicios y libertinaje, como luminarias que rigen en el firmamento,
así iluminaban la promesa y profecía acerca de Aquel que viene al mundo, nacido
de la Virgen, Glorioso Retoño de Abraham y David, el Mesías. Quisiera hablar, en
conclusión, sobre el Celemín de Luz, el ahora de seis meses, Juan el Precursor,
y sobre la Aurora Purísima, la Bendita, la Elegida de entre todas las
generaciones, la Virgen María, pero un involuntario pensamiento me transporta a
la ignota ciudad de Belén, pero no hacia la misma Belén, sino a una gruta de
pastores, en esta grieta rocosa, donde en un humilde pesebre es arropado el
Recién Nacido Divino Niño Jesús. Ha sido cumplida toda promesa, desde la gruta ha
sido iluminado el mundo con la Luz de la Razón, ha brillado el Sol de la
Verdad. Los pueblos que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, han visto
una Gran Luz, la Luz Celestial ha iluminado la desesperante oscuridad. Esta Luz,
que viene al mundo, oculta bajo la forma de un siervo Hijo de Hombre, ha
brillado como Luz del Hijo Unigénito de Dios: a través de la humillación del
Salvador, es revelada su Gloria como el Hijo de Dios; esta Luz comienza a
brillar, y ahora; el Ángel de la Buena Nueva de su Natividad, anuncia este
regocijo a todo el mundo, y una multitud de ángeles cantan: “Gloria a Dios en
las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.” Esta misma
luz brillaba en el Jordán durante su Bautismo, cuando se escuchó la voz de Dios
Padre, y el Espíritu Santo en forma de paloma descendía sobre Jesús. Esta Divina
Luz ha brillado en sus milagros, enseñanzas, y la manifestación del Poder de
Dios, que resplandeció sobre el Monte Tabor durante la Transfiguración, cuando
el rostro de Jesús se tornó brillante como el sol, y sus ropas blancas como la
nieve. Esta luz no ha dejado de iluminar, ni aun en el Gólgota, cuando la luz del
sol material se ha entenebrecido, y la luna se tornó opaca; ha brillado, finalmente, en el Monte de los Olivo, en la
Ascensión del Señor, y en el cenáculo sobre el Monte Sion, donde el Espíritu
Santo descendió en forma de lenguas de fuego. Pero las gentes amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. (S. Juan 3:19) Mas hoy es
preciso aferrarse al pesebre del Niño Dios Recién Nacido, para exclamar con voz
de compasión: “¡Señor!, ¿Por qué has venido a nuestra tierra llena de pecado?
¿Por qué, siendo sin pecado, aceptas nuestra enfermiza carne, ya que te esperan
terribles sufrimientos y una horrible muerte en la cruz? Para Ti ha comenzado
ya la humillación y el sufrimiento. Mira — no ha habido para Ti, Señor y Amo de
las criaturas, otro refugio más que este humilde pesebre de pastores. Mira —
como las tinieblas, fuente de ira en la persona de Herodes quiere matarte, persiguiendo
las almas de los Niños Inocentes. ¿Para qué tan incesante y dolorosa auto
humillación y sufrimiento, cuando es el mismo pueblo quien es culpable y
merecedor de sufrir un justo castigo? Pero este es el “Gran Misterio de la
Piedad” Dios ha venido en la carne. Hagamos silencio. Cristo Mismo ha nacido de
la Virgen, y ha acallado nuestras bocas: “nos conviene cumplir toda justicia
(verdad)”, dice él a su Precursor. “He descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del mi Padre que me ha enviado” “¡Quítate de delante
de mí, Satanás!”-dice al Apóstol Pedro, cuando este buscaba alejarlo del camino
de la Cruz -“me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios,
sino en las de los hombres” (S. Mateo 16:23)
El
Sol de la Verdad ha iluminado al mundo, un gran regocijo es anunciado a todos
los pueblos con la venida del Salvador. La luz que Cristo trae debe brillar en
nuestros corazones y nuestras obras. “Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los Cielos” (S. Mateo 5:16) La lucha entre la luz y las tinieblas
continúa hasta nuestros días, y yace en nuestras almas; y “La luz en las
tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” Dejemos las
cosas de las tinieblas y pongámosno la armadura de la luz. Nada hay en común
entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial.
Recordaremos
que la vida humana es demasiada corta, y no solo es posible malgastar en ella
horas y días, sino también años enteros. Rechacemos las tentaciones de este
mundo, el mal en que se encuentra, que hace al hombre olvidarse del sentido
elevado de su existencia, que hace olvidarse de Dios, de la oración, de
aquellas alegrías superiores, que se hacen manifiestas al hombre de fe, y por
el contrario incita a darse a embriagueces mundanas, a ese éxtasis que envenena
el corazón con una melancolía mortal.
Andemos
como hijos de la luz, encendamos nuestras débilmente centelleantes o extintas
lámparas, con el bendito resplandor de la Luz de Jesucristo, para que con regocijo,
como las vírgenes sabias, podamos recibir al Novio. La Luz de Jesucristo
ilumina a todos. Gloria a Ti que nos has mostrado la Luz.
Humilde,
+ Tikhon
Por la Gracia de Dios,
Arzobispo de Omsk y Siberia,
25 de diciembre / 07 de enero de 2014/2015