De Su Eminencia Tikhon, Arzobispo de Omsk y Siberia,
Presidente del Sínodo de los Obispos de la Iglesia Verdadero- Ortodoxa
Rusa
Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz... (S. Lucas 2:14).
Y Herodes, mandó matar a todos los niños,
que había en Belén
y en todos sus alrededores... (S. Mateo 2:16)
¡Queridos en el Señor,
Hermanos Obispos, Muy Honorables Padres, Teófilos Hermanos
y Hermanas!
Llenos
de paz celestial y beneficiosa alegría yacen nuestros corazones en la Radiante Festividad
de la Natividad de Cristo, en el Sagrado Pesebre de Jesucristo Divino Niño,
reposa el Eternísimo Dios. La Iglesia, con sus cánticos, entona sonoramente el
canto triunfal de las huestes celestiales: “Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz, a los hombres de buena voluntad” En el mundo entero, a toda la
humanidad, le es proclamado este gran regocijo: “que os ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (S. Lucas 2:11)
Pero
cuando nuestra atención es apartada de la contemplación del pesebre de Cristo
por el ruido del tempestuoso mar de la vida, y nos dirigimos hacia lo que
sucede en el mundo, en nuestros terribles días, nuestro corazón en confusión,
comienza a preguntarse: ¿dónde están esos hombres de buena voluntad? Se ha
levantado reino contra reino, pueblo contra pueblo; numerosas hordas armadas,
enfurecidas las unas contra otras, no cesan sus horrendas batallas por toda la
tierra, sobre los enormes espacios de muchos estados fluyen ríos de sangre, sin
mencionar las lágrimas, con las cuales, tan abundantemente, es regada toda la
tierra. ¿Dónde está la tan anhelada paz y buena voluntad? ¿No estaremos
experimentando tiempos pre-apocalípticos? ¿Qué significa esto? ¿Los santos
ángeles estaban equivocados?
"No
se turbe vuestro corazón, - dice el Divino Niño desde su Pesebre - ve, no
desmayes, porque es necesario que todo esto acontezca”
Sí,
es necesario que suceda: fue así incluso, cuando estuvo sobre la tierra el
Mismísimo Gran Reconciliador del cielo con la tierra; y tan pronto como los
Ángeles concluyeron su maravilloso cántico de paz, comenzaba una inaudita
guerra sobre la tierra: De un lado, el rey Herodes y toda Jerusalén, del otro –
el Niño Jesús y sus guardianes - los niños de Belén. Y luego, la sangre
inocente de los Niños-Mártires fue vertida, y la tradición de la Iglesia dice
que los soldados del inhumano Herodes masacraron en Belén, y sus alrededores,
hasta 14.000 niños...
Pero,
confiemos, pues para nosotros, precisamente por nosotros, Dios ha llevado a
cabo la gran obra de su Encarnación; por su Inmensa Misericordia ha tomado
nuestras flaquezas, por lo tanto, no debemos turbarnos, desalentarnos, ni
dudar! Llenos de fe, celo y gratitud, acudamos al arrepentimiento: y a través
de ello, a la reconciliación con Dios.
Sabemos
que el enemigo de la raza humana se levantará contra nosotros, y sembrará la
enemistad entre nosotros, pero si con Temor de Dios, Fe y Amor permanecemos en
la Verdad, dentro de nuestros corazones y en nuestras almas, gozaremos de
aquella paz, que fue cantada y anunciada por los ángeles, en aquella Santa
Noche.
Pero
en esto, nos guardaremos de la ilusión, cual puede hacernos imaginar que
podemos ver, sentir y acaparar al Señor Jesucristo, como si nosotros fuéramos
Él Mismo. Mas, esto es sólo un juego de vacua, pomposa y orgullosa vanidad!
Esto – el dañino autoengaño, una perdurable sensibilidad – es la confirmación
de la acción del autoengaño, bajo la apariencia de benditas acciones.
¿Se
puede estar en autoengaño, en el terreno de la mentira y el engaño, para ser un
cumplidor de los mandamientos de Cristo, en los cuales la Verdad de verdades es
Cristo Mismo? Quien simpatiza con la mentira, es condescendiente con la
mentira, quien asimila para sí la mentira, se une en espíritu a la mentira
¿Puede entonces ser condescendiente con la verdad? ¡No! Él la odiará, será un
frenético enemigo de ella, y su perseguidor.
Es
difícil salir del autoengaño, pero es posible -
la superación de este estado desastroso es posible para las personas que
son conscientes de su engaño, y lo rechazan, por medio de la entrada en el
sendero salvífico del arrepentimiento. Encomendémonos al Señor, y no a nosotros
mismos.
Preparémonos
a aceptar sus Dones por medio de la purificación a través del arrepentimiento -
esta es nuestro tarea. En el Misterio de Confesión, limpiaremos eficazmente
todos los pecados, cometidos de palabra, obra, pensamiento, para erradicar del
corazón, lo que está arraigado en él, en lo referente a prácticas pecaminosas.
Así,
queridos hermanos y hermanas en el Señor, la Santa Iglesia, al cantar la
presente Festividad de Paz, Amor y Buena Voluntad, nos invita a todos a
asimilar la Paz de Dios, anular el mal dentro de nosotros, destruir la
discordia interior y la división. Ella nos llama a purificarnos a través del
arrepentimiento, nacer espiritualmente, y de esta manera, a la paz interior, la
Paz de Cristo, Paz de Amor, que reinará en nuestros corazones, la cual debería
ser el fundamento del mundo externo.
La
humanidad en su mayoría no tiene paz y ni amor, pues no hay paz, ni podrá haber,
en el ateo, en el impío, en el mundo apóstata. Mas la Palabra de Dios es inmutable,
y entonces, la paz ha sido traída a la tierra.
El
Reino de Paz sobre la tierra es la Iglesia de Cristo: Ella es la portadora,
anunciadora y suministradora de la Paz de Cristo. En Ella, y sólo en Ella, es
necesario buscar la paz. Aquí, en la Verdadera Iglesia de Cristo, Fiel Novia de
su Esposo Celestial, su Cuerpo Místico, que da a conocer al hombre la paz en
Dios, dado que en la Gracia de los Misterios, en la oración, en toda los
aspectos de la vida eclesiástica, el cristiano ortodoxo recupera la perdida unidad
con el Creador, adquiere paz para su alma, reposo y consuelo a su corazón; la
naturaleza humana renace y se renueva. El Dios de Paz y Amor mora sobre aquella
alma que es amable, mansa, humilde, misericordiosa y amorosa, y de esta manera,
el cristiano experimenta una gran bienaventuranza, algo más alto que cualquier
otra cosa que se pueda adquirir sobre la tierra.
Postrémonos
con todo el corazón, con amor, con humildad y obediencia ante el Dios de Sabiduría,
Quien colma nuestros corazones con alegría; postrémonos ante el humilde pesebre
de Belén, en donde yace Cristo Divino Niño, y siendo colmados con la Luz
Racional, repitamos el himno angelical: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra paz, a los hombres de buena voluntad!”
Humilde,
+ Tikhon
Por la Gracia de Dios,
Arzobispo de Omsk y Siberia,
25 de diciembre / 07 de enero de 2015/2016