Por Protopresbítero Dr. James Thornton
Uno de
los aspectos más interesantes del estudio de la Historia es que muy a menudo
hombres nacidos en las más humildes circunstancias se elevan sin embargo hasta
llegar a afectar dramáticamente el curso de la historia humana. Ellos pueden
ser hombres de acción o de pensamiento, pero en uno u otro caso sus actividades
pueden engendrar cambios enormes a través de los años. Antonio Gramsci fue
tanto un hombre de acción como de pensamiento, e independientemente del
resultado de los acontecimientos de las décadas siguientes, casi ciertamente,
será reconocido por los futuros historiadores por haber sido una figura
notable.
Nacido en la oscuridad, en la
isla de Cerdeña en 1891, Gramsci no podría haber sido considerado a ser un
candidato ideal para afectar significativamente el siglo XX. Gramsci estudió
Filosofía e Historia en la Universidad de Turín, y pronto se convertiría en un
dedicado marxista, afiliándose al Partido Socialista italiano. Inmediatamente
luego de la Primera Guerra Mundial, establecería su propio periódico radical, El
Nuevo Orden, y poco después ayudaría en la fundación del Partido Comunista Italiano.
Marxista Desilusionado
La fascista "Marcha sobre
Roma" y la designación de Benito Mussolini como Primer Ministro obligaría
al joven teórico marxista a marcharse de Italia. Buscando un nuevo hogar, entonces
elegiría el lugar más lógico para un comunista: la recién conformada URSS de
Lenin. Sin embargo, la Rusia Soviética no era aquello que él había esperado.
Sus dotes de observación captarían rápidamente la distancia, que tan a menudo,
separa la teoría de la realidad. Siendo un marxista fanático en cuanto a
teorías políticas, económicas e históricas, se refiere, Gramsci quedaría
profundamente perturbado por el hecho de que la vida en la Rusia comunista
mostraba poca evidencia de cualquier afecto profundamente sentido por parte de
los trabajadores hacia el "paraíso", que Lenin había construido para
ellos. Menos aún existía cualquier apego profundo a conceptos tales como la
"revolución proletaria" o la "dictadura del proletariado", además
de la retórica obligatoria.
Por el contrario, era obvio
para Gramsci que el "paraíso" de la clase obrera mantenía su
predominio sobre los trabajadores y los campesinos sólo mediante un completo
terror, mediante el asesinato de masas a una escala gigantesca, y mediante un propagado
y constante temor a llamadas a la puerta a medianoche y a los campos de trabajo
forzado en el páramo siberiano. También crucial para el Estado de Lenin era una
continua vociferación de propaganda, slogans y francas mentiras. Todo
era muy desilusionante para Gramsci. Mientras otros hombres podrían haber
reexaminado su perspectiva ideológica entera, luego de tales experiencias, la
mente sutil y analítica de Gramsci funcionaría ante la aparente paradoja, de
modo distinto.
La muerte de Lenin y la toma
del poder por parte de Stalin, hicieron que Gramsci inmediatamente
reconsiderara su elección de residencia. Construyendo sobre los logros de Lenin,
en cuanto a terror y tiranía, Stalin comenzó a transformar la agraria Rusia en
un gigante industrial que luego volcaría todas sus energías a la conquista
militar. Era el plan de Stalin de construir la mayor máquina militar de la
Historia, aplastar a las "fuerzas de la reacción" e imponer el
comunismo en Europa y Asia —y más tarde en el mundo entero— mediante la fuerza
bruta.
Mientras tanto, no obstante,
para consolidar y asegurar su poder, Stalin sistemáticamente comenzó el
exterminio de potenciales enemigos dentro de su propio campo. Aquello, acorde a
como se llevado a cabo, se convirtió en un proceso permanente, uno que duraría
hasta su mismo fallecimiento. En particular, los hombres sospechosos de
siquiera la más leve herejía ideológica en relación a la propia interpretación
de Stalin acerca del Marxismo-Leninismo, serían enviados directamente a cámaras
de tortura o a campos de exterminio, o serían llevados rápidamente ante
pelotones de fusilamiento.
"Profeta" de Prisión
Al tener, obviamente, contados
sus días en la Rusia Estalinista, Gramsci decidió volver a casa y reasumir la
lucha contra Mussolini. Al ser visto, tanto como una seria amenaza para la
seguridad del régimen fascista, como un probable agente de una potencia
extranjera hostil, luego de un tiempo relativamente corto, Gramsci fue detenido
y condenado a un período larguísimo de prisión, y allí, en su celda de cárcel, dedicaría
los nueve años que le quedaban a escribir. Antes de su muerte por tuberculosis
en 1937, Gramsci produjo nueve volúmenes de observaciones sobre historia,
sociología, teoría marxista, y, lo que es más importante, sobre estrategia
marxista. Aquellos volúmenes, conocidos como "Cuadernos de
Prisión", han sido publicados desde entonces en muchas lenguas y distribuidos
en todo el mundo. Su significancia proviene del hecho que ellos forman el
fundamento para una dramática nueva estrategia marxista, una que hace de la
"revolución espontánea" de Lenin algo tan obsoleto como las faldas
con armazones y los zapatos altos con botones, una que promete ganar
voluntariamente al mundo para el marxismo, y basada en una evaluación realista
de los hechos históricos y la psicología humana, más bien, que en vacíos deseos
e ilusiones.
Como veremos, la sagaz
evaluación de Gramsci acerca de la verdadera esencia del marxismo y de la humanidad,
pone a sus escritos entre los más poderosos de este siglo [XX]. Mientras que
Gramsci mismo moriría de una muerte ignominiosa y solitaria en una prisión
fascista, sus pensamientos alcanzarían vida propia y llegarían a amenazar al
mundo. ¿Cuáles son esas ideas?
La Esencia de la Revolución
Roja
La extraordinaria contribución
de Gramsci fue liberar al proyecto marxista de la prisión del dogma económico,
mejorando con ello dramáticamente su capacidad para subvertir la sociedad
cristiana.
Si tomáramos las declaraciones
ideológicas de Marx y Lenin por su valor nominal, deberíamos creer —como lo han
hecho millones de sus engañados seguidores— que la sublevación de los
trabajadores era inevitable, y que todo lo que debía de hacerse era movilizar a
la clase baja por medio de la propaganda, provocando así la revolución
universal. Por supuesto, esta premisa no es válida, y sin embargo permaneció
como la doctrina inflexible entre los comunistas, al menos para consumo
público.
Sin embargo, el núcleo duro del
movimiento comunista consistía de criminales despiadados, agudos en cuanto a su
comprensión de los errores intelectuales del marxismo, quienes desearon emplear
cualquier medio necesario para obtener el poder que buscaban. Para tales
conspiradores endurecidos, intoxicados por el odio, la ideología es una
táctica, un medio de movilizar a los partidarios y de racionalizar las acciones
criminales.
Aquellos quienes aceptan sin
sentido crítico la idea de que "el comunismo está muerto" no
comprenden la verdadera naturaleza del enemigo. El comunismo no es una
ideología en la cual uno cree. Más bien es una conspiración criminal en la cual
uno se alista. Aunque Lenin profesara reverenciar los garabatos de Marx como se
tratara de escrituras sagradas, una vez que sus bolcheviques hubieron tomado el
poder en Rusia, modificaría deliberadamente al marxismo, para satisfacer sus
propias necesidades. Lo mismo es válido en cuanto a Stalin. Los bolcheviques no
tomaron el poder en Rusia por causa de un levantamiento de trabajadores y
campesinos, sino por causa de un golpe de Estado, orquestado por un grupo
marxista fuertemente disciplinado, golpe que en último término se consolidó
mediante la guerra civil. Ellos también recibieron —que esto no se olvide—
ayuda importante de las élites políticas y banqueras de Occidente.
De manera similar, el comunismo
no llegó al poder en Europa del Este mediante la revolución, sino más bien a
través de la imposición de aquel sistema por un Ejército Rojo conquistador y, otra
vez, por la corrupta complicidad de conspiradores de Occidente. En China, el
comunismo ascendió al poder mediante la guerra civil, ayudado por los
soviéticos y por elementos traidores de Occidente.
En ningún solo caso el comunismo
alguna vez alcanzaría el poder por medio de una insurrección revolucionaria
popular, sino siempre por medio de la fuerza o el subterfugio. Las únicas
agitaciones revolucionarias populares registradas en el siglo XX han sido
"contra-revoluciones" anti-marxistas, como la rebelión de Berlín en
1954 y el levantamiento húngaro de 1956.
Mirando en retrospectiva,
durante el siglo XX, se hace claro que Marx se equivocó en su presunción de que
la mayoría de los trabajadores y los campesinos estaban descontentos con su
lugar en -y enajenados de- sus sociedades, que hervían de resentimiento contra
las clases media y alta, o que, de alguna manera, estaban predispuestos a la
revolución. Además, dondequiera que el comunismo logró el poder, su uso a
niveles sin precedentes de la violencia, la coacción y la represión, generó una
oposición clandestina interna y una oposición militante en el extranjero, por
hacer de la matanza interminable y la represión, algo endémico del marxismo, y
esencial para la supervivencia comunista. Todos estos hechos indiscutibles,
cuando fueron examinados honestamente, plantearon dificultades insuperables en
lo que se refería a futuras expansiones del poder comunista, y aseguraron una
especie de crisis final para el marxismo.
Mientras que lo anterior es
obvio ahora para los observadores perspicaces, al mirar hacia atrás, desde la
ventajosa posición de nuestro tiempo, y luego de más de ocho décadas de
experiencia con la realidad del comunismo en el poder, comenzamos a entender
algo de la agudeza mental de Antonio Gramsci, cuando comprendemos que lo que es
evidente ahora, al final del milenio, era ya evidente para él, cuando el
régimen soviético estaba en su infancia y el comunismo todavía era en gran
parte una hipótesis no demostrada.
Gramsci fue un brillante
estudiante de filosofía, historia y lenguas. Esta educación le impartió una
excelente comprensión del carácter de sus semejantes y de las sociedades que
componían la comunidad civilizada de naciones en las primeras décadas de este
siglo [XX]. Como hemos observado ya, una de las ideas fundamentales que
recibiría de esta educación, seria aquella acerca de que las esperanzas
comunistas de una revolución espontánea, provocada por algún proceso de
inevitabilidad histórica, eran ilusorias. Los ideólogos marxistas —afirmaría—
se están seduciendo a sí mismos. Desde el punto de vista de Gramsci, los
trabajadores y los campesinos no eran, en términos generales, de ideas
revolucionarias, y no albergaban ningún deseo de destrucción del orden
existente. La mayoría de ellos tendrían lealtades más allá de -y mucho más
poderosas que- consideraciones de clase, incluso en aquellos casos donde la
condición de sus vidas era menos que ideal. Más significativo para la gente
corriente, que la solidaridad de clase y la guerra de clases, eran cosas tales
como la fe en Dios, y el amor a la familia y al país. Esto sería lo
principal entre sus lealtades primordiales.
El atractivo que las promesas
comunistas pudieran haber tenido entre las clases obreras fue, también, opacado
por las brutalidades comunistas, y por los métodos totalitarios despóticos. Llevando
a las clases aristocrática y burguesa a la acción, dichos atributos negativos
eran tan aterradores y graves, que por todas partes aparecían organizaciones y
movimientos anti-marxistas militantes, que pusieron efectivamente un alto a los
proyectos de expansión comunista. Con todo esto, fácilmente evidente para él, y
favorecido de alguna manera por el ocio aparentemente interminable permitido por
la vida en prisión, Gramsci dedicó su prodigiosa mente a la salvación del
marxismo, analizando y solucionando estas cuestiones.
Subvirtiendo la Fe Cristiana
El mundo civilizado —dedujo
Gramsci— habría estado completamente saturado con el cristianismo durante 2.000
años, y el cristianismo sigue siendo el sistema filosófico y moral dominante en
Europa y Norteamérica. Hablando en términos prácticos, la civilización y el
cristianismo estuvieron indisolublemente unidos. El cristianismo se había
integrado tan completamente en la vida diaria de casi todos, incluyendo a los
no-cristianos que vivían en tierras cristianas, y se encontraba tan propagado,
que formaba una barrera casi impenetrable para la nueva civilización
revolucionaria, cual los marxistas deseaban crear. El intento de derribar
aquella barrera se demostraría improductivo, puesto que sólo generaría
poderosas fuerzas contra-revolucionarias, consolidándolas, y haciéndolas
potencialmente mortíferas. Por lo tanto, en lugar de un ataque frontal, sería
mucho más ventajoso y menos arriesgado atacar a la sociedad del enemigo de
manera sutil, con el objetivo de transformar gradualmente la mente colectiva de
la sociedad, durante algunas generaciones, desde su antigua cosmovisión
cristiana hacia otra más apropiada para el marxismo. Y allí habría más.
Mientras los
marxistas-leninistas convencionales eran hostiles hacia la izquierda
no-comunista, Gramsci sostuvo que las alianzas con un amplio espectro de grupos
izquierdistas se revelarían esenciales para una victoria comunista. En la época
de Gramsci éstos incluían, entre otros, a diversas organizaciones
"anti-fascistas", sindicatos, y grupos políticos socialistas. En
nuestro tiempo, las alianzas con la izquierda incluirían a feministas radicales,
a ecologistas extremistas, a movimientos de "derechos civiles", a
asociaciones anti-policiales, a internacionalistas, a grupos eclesiásticos
ultra-liberales, etc. Estas organizaciones, en conjunto con abiertos
comunistas, juntas crean un frente unido que trabaja en la transformación de la
antigua cultura cristiana.
Aquello que Gramsci propuso, en
resumen, consistía en una renovación de la metodología comunista, y en una
modernización y actualización de las anticuadas estrategias de Marx. No puede
haber duda alguna de que la visión de Gramsci, con respecto al futuro, fue
completamente marxista, y de que aceptaría la validez de la cosmovisión integral
del marxismo. En aquello que se diferenciaría sería en el proceso de cómo se
debía conseguir la victoria de esta cosmovisión. Gramsci escribió que «puede
y debe existir una "hegemonía política" aún antes de asumir el poder
gubernamental, y a fin de ejercer el liderazgo o la hegemonía política no hay
que contar exclusivamente con el poder y la fuerza material que son dados por
el gobierno». Aquello que él trató de decir es que les correspondería a los
marxistas ganar los corazones y las mentes del pueblo, y no basar sus
esperanzas a futuro únicamente en la fuerza o el poder.
Además, se les impondría a los
comunistas dejar de lado algunos de sus prejuicios de clase en la lucha por el
poder, procurando incluso ganar elementos dentro de las clases burguesas, un
proceso que Gramsci describió como "la absorción de las élites de las
clases enemigas" No sólo esto reforzaría al marxismo con sangre nueva,
sino que privaría al enemigo de ese talento perdido. Ganar a los brillantes
jóvenes hijos e hijas de la burguesía para la bandera roja —escribiría Gramsci—"tiene
como resultado la decapitación [de las fuerzas anti-marxistas] y el dejarlos
impotentes". En resumen, la violencia y la fuerza por sí mismas no van
a transformar genuinamente al mundo. Más bien, es ganando hegemonía sobre las
mentes de las personas, y privando a las clases enemigas de sus hombres más
talentosos, que el marxismo triunfará sobre todos.
Esclavos del Libre Albedrío
La novela "Brave New
World" de Aldous Huxley, un estudio clásico del totalitarismo moderno,
contiene un párrafo que resume el concepto que Gramsci trató de comunicar a sus
camaradas de partido: "Un Estado totalitario realmente eficiente sería
aquel en el cual el todopoderoso dirigente de los jefes políticos y su ejército
de gerentes controlan a una población de esclavos que no tienen que ser
coercionados porque éstos aman su servidumbre". Mientras que es
improbable que Huxley estuviera familiarizado con las teorías de Gramsci, la
idea que él comunica acerca de personas libres marchando voluntariamente a la
esclavitud, es, sin embargo, precisamente lo que Gramsci tenía en mente.
Gramsci creía que, si el
comunismo lograba conseguir "el dominio sobre la conciencia humana",
entonces, los campos de trabajo y el asesinato en masa serían innecesarios.
¿Cómo una ideología puede ganar tal dominio sobre patrones de pensamiento
inculcados por las culturas por el transcurso de cientos de años? El dominio
sobre la conciencia de la gran masa del pueblo, sería alcanzado —sostendría
Gramsci— si los comunistas o sus simpatizantes ganaran el control de los
órganos de la cultura: iglesias, educación, periódicos, revistas, medios
electrónicos, literatura respetable, música, artes visuales, etc. Al ganar la
"hegemonía cultural" —para usar el propio término de Gramsci— el
comunismo controlaría las fuentes más profundas del pensamiento y la
imaginación humana. Uno no necesita controlar toda la información en sí misma,
si uno puede conseguir el control de las mentes que asimilan esa información.
Bajo tales condiciones, toda seria oposición desaparece, dado que los hombres
ya no son capaces de comprender los argumentos de los opositores del marxismo.
Los hombres en efecto "amarán su servidumbre", y no comprenderán
siquiera qué significa servidumbre.
Los Pasos del Proceso
La primera fase para lograr la "hegemonía
cultural" sobre una nación consiste en el debilitamiento de todo elemento
de la cultura tradicional. De esta manera, las iglesias son transformadas en
clubes políticos impulsados ideológicamente, haciendo énfasis en la
"justicia social" y el igualitarismo, con el culto siendo reducido a
un mero entretenimiento trivializado, y con las antiquísimas enseñanzas
doctrinales y morales "modernizadas" o disminuidas hasta el punto de
la irrelevancia. La educación genuina es reemplazada por planes de estudios
"idiotizados" y "políticamente correctos", y los estándares
son reducidos dramáticamente. Los medios de comunicación son transformados en
instrumentos para la manipulación de las masas, y para acosar y desacreditar a
las instituciones tradicionales y sus portavoces. La moralidad, la decencia y
las antiguas virtudes son ridiculizadas sin tregua. Los clérigos con mentalidad
tradicionalista son retratados como hipócritas, y los hombres y mujeres virtuosos,
como mojigatos, estrechos de mentalidad y poco inteligentes.
La cultura ya no es el respaldo
que apoya la integridad de la herencia nacional, ni un vehículo para transmitir
esa herencia a las futuras generaciones, sino que ha sido convertida en un
medio para "destruir los ideales y… instruir al joven no con ejemplos
heroicos, sino con otros deliberadamente y agresivamente degenerados",
como escribe el teólogo Harold O. J. Brown. Vemos esto en la vida
estadounidense contemporánea, en la cual los grandes símbolos históricos de
nuestro pasado nacional, incluyendo grandes presidentes, soldados, exploradores
y pensadores, son presentados como si hubieran estado imperdonablemente
manchados con "racismo" y "sexismo", y por lo tanto como intricadamente
malvados. Su lugar ha sido tomado por charlatanes pro-marxistas,
pseudo-intelectuales, estrellas de rock, celebridades cinematográficas
izquierdistas, y otros por el estilo. En otro nivel, la cultura cristiana
tradicional es condenada como represiva, "eurocéntrica" y
"racista", y, por lo tanto, indigna de recibir nuestra ininterrumpida
lealtad. En su lugar, el primitivismo puro, bajo el disfraz de
"multiculturalismo", es presentado como el nuevo modelo.
El matrimonio y la familia, los
mismos componentes básicos de nuestra sociedad, son permanentemente atacados y
trastocados. El matrimonio es retratado como un complot de los hombres para
perpetuar un sistema malvado de dominación sobre las mujeres y los niños. La
familia es representada como una institución peligrosa que resume la violencia
y la explotación. Las familias patriarcalmente orientadas son, según los
gramscianos, los precursores del fascismo, del nazismo, y toda forma organizada
de persecución racial.
La Escuela de Frankfurt
Con respecto la materia del
debilitamiento de la familia estadounidense, y a muchos otros aspectos de la táctica
gramsciana, exploremos brevemente la historia de la Escuela de Frankfurt.
Esta organización de intelectuales izquierdistas, también conocida como el Instituto
de Frankfurt para la Investigación Social, fue fundada en los años veinte
en Frankfurt am Main, Alemania. Allí florecería en medio de la decadencia del
período de la República de Weimar, desarrollándose y alimentándose de la
decadencia, y expandiendo su influencia por todo el país.
Con la llegada de Hitler a la
Cancillería del Reich en 1933, los incondicionales izquierdistas de la Escuela
de Frankfurt huirían de Alemania hacia los Estados Unidos, donde pronto establecerían
un nuevo instituto en la Universidad de Columbia. Como es característico de
tales hombres, ellos pagarían su deuda con los Estados Unidos por haberlos amparado
de la brutalidad nazi, centrando su atención en lo que ellos consideraban como
injusticias y deficiencias sociales inherentes a nuestro sistema y sociedad.
Inmediatamente comenzarían a idear un programa de revolucionaria reforma para
Estados Unidos.
Max Horkheimer, uno de los
notables de la Escuela de Frankfurt, determinó que la profunda lealtad
de los Estados Unidos hacia la familia tradicional, era una señal de nuestra
inclinación nacional hacia el mismo sistema fascista, del cual él había huido. Al
explicar esta conexión entre el fascismo y la familia estadounidense, declaró: "Cuando
el niño reverencia en la fortaleza de su padre una relación moral, y, de esta
manera, aprende a amar aquello que su razón reconoce como un hecho, está
experimentando su primer entrenamiento para la relación de autoridad
burguesa"
Comentando críticamente sobre
la teoría de Horkheimer, Arthur Herman escribe en "La Idea de la
Decadencia en la Historia Occidental": «La típica familia moderna,
entonces, implica una "resolución sadomasoquista del complejo de
Edipo", al producir un lisiado psicológico, la "personalidad
autoritaria". El odio del individuo hacia el padre es interrumpido y
permanece sin resolución, convirtiéndose en cambio, en una atracción hacia las
figuras de fuerte autoridad a quienes obedece incondicionalmente». La
familia patriarcal tradicional, es de esta manera, un caldo de cultivo para el
fascismo, de acuerdo a Horkheimer, y las figuras con autoridad carismática
—hombres como Hitler y Mussolini— son los últimos beneficiarios de la
"personalidad autoritaria" inculcada por la familia y la cultura
tradicionales.
Theodor W. Adorno, otra
celebridad de la Escuela de Frankfurt, resaltaría la teoría de
Horkheimer con un estudio propio, publicado en forma de libro bajo el título "La
Personalidad Autoritaria", el cual escribiría conjuntamente con Else
Frenkel-Brunswik, Daniel J. Levinson y R. Nevitt Sanford. Tras un examen más
exhaustivo, fue hecho evidente a los críticos, que la investigación sobre la
cual estaba basado "La Personalidad Autoritaria" era
pseudo-sociológica, deficiente en su metodología y sesgada en sus conclusiones.
Pero los críticos fueron ignorados.
Estados Unidos —declararían
Adorno y su equipo de investigación— estaría lista para su propia toma del
poder fascista a nivel local. La población estadounidense no sólo sería
irremediablemente racista y anti-judía, sino que tendría, por lejos, una
actitud demasiado tolerante hacia figuras autoritarias, como padres, policías, clérigos,
líderes militares, etc. También estaría demasiado obsesionada con nociones
"fascistas", tales como eficiencia, pulcritud y éxito, porque estas
cualidades revelarían internamente una "visión pesimista y despectiva
de la humanidad", una perspectiva que conduciría —sostendría Adorno—
al fascismo.
Mediante tales indisimulados disparates
— como los que uno puede hallar en los escritos de Horkheimer, Adorno, y las demás
luminarias de la Escuela de Frankfurt— las estructuras de la familia
tradicional y de la virtud tradicional, son seriamente cuestionadas, y la
confianza en ellas resultó debilitada. Los funcionarios gubernamentales electos
y los burócratas han contribuido a este problema mediante políticas de
impuestos gubernamentales, cuales multan a la familia tradicional, mientras que
subvencionan formas de vida anti-tradicionales.
Además, estos funcionarios
están predispuestos cada vez más a elevar abominaciones tales como las uniones
homosexuales, y las heterosexuales ilícitas, al mismo nivel que el matrimonio.
Ya en muchas localidades en todo el país y en numerosas corporaciones privadas,
los beneficios antes reservados a parejas casadas, son concedidos ahora a
"compañeros" sexuales solteros. Incluso la palabra
"familia" está siendo lentamente reemplazada por el vago eufemismo de
"grupo domiciliar"
Una Tierra Sin Ley
Los estadounidenses se han
jactado durante mucho tiempo de que su nación es un gobierno de la ley, no de
los hombres. La ley estadounidense deriva directamente del derecho anglosajón,
y de los principios bíblicos y cristianos que yacen en la raíz del derecho anglosajón.
Uno esperaría, por consiguiente, que la ley constituyera una de las principales
barreras contra la subversión de nuestra sociedad. En vez de ello, en el campo legal,
los cambios revolucionarios han estado a la orden del día, cambios tan
asombrosos que no podrían haber sido imaginados por los estadounidenses de hace
cincuenta años. Nadie habría soñado con la proscripción de la oración y de
cualquier otra expresión de convicción religiosa en la propiedad pública, con
la legalización del aborto como un "derecho" constitucionalmente
garantizado, y con la legalización de la pornografía, para mencionar sólo tres de
ellos.
Los principios claramente
expresados, adoptados por los Padres Fundadores, y publicados en nuestra
Constitución son ahora rutinariamente reinterpretados y distorsionados.
Aquellos que no pueden ser reinterpretados y distorsionados, como la Décima
Enmienda, son simplemente ignorados. Peor aún, la agenda ideológica que
sustenta la radicalización de la ley estadounidense es alegremente aceptada por
millones de estadounidenses, quienes han sido radicalizados sin siquiera darse
cuenta de ello.
Crucial para el éxito de los
gramscianos, es la desaparición de todo recuerdo de la antigua civilización y
estilo de vida. El antiguo Estados Unidos, de vidas no reguladas, de gobierno
honesto, de ciudades limpias, de calles sin delitos, de entretenimientos
moralmente edificantes, y de un estilo de vida orientado a la familia, ya no es
algo latente en las mentes de muchos estadounidenses. Una vez que este Estado
Unidos se haya ido completamente, nada se interpondrá en el camino de la nueva
civilización marxista, cual demuestra que únicamente a través del método
gramsciano es verdaderamente posible "marxizar al hombre interior",
como Malachi Martin escribió en "The Keys of this Blood". Entonces,
y sólo entonces, escribe el Padre Martin, «podría usted con éxito colgar la
utopía del "Paraíso de los Trabajadores" ante sus ojos, para ser
aceptada de una manera pacífica y humanamente agradable, sin revolución o
violencia o derramamiento de sangre».
Debe ser evidente para todos,
excepto para las almas más simples, que luego del paso de una generación o dos,
tal incesante condicionamiento social está destinado a alterar la conciencia y
la sustancia interior de una sociedad, y está obligado a producir crisis
estructurales significativas dentro de esa sociedad, crisis que se manifiestan
de modos innumerables en prácticamente todas las comunidades a lo largo del
país.
La Buena Batalla
Podría parecer a algunos que la
situación en nuestra nación es desesperante y que no hay fuerza o agencia que,
posiblemente, puedan poner un alto a las insidiosas estrategias que obran para destruirnos.
Sin embargo, a pesar de la sombría crónica de los pasados sesenta o setenta años,
hay mucho que todavía puede ser hecho y muchos motivos de esperanza. Las
familias, y los hombres y mujeres particulares todavía poseen, en gran medida,
la libertad de evitar y escapar del condicionamiento social alterador mental de
los gramscianos. Dichas familias e individuos tienen el poder de protegerse a
sí mismos de esas influencias y sobre todo de proteger a sus jóvenes. Existen
alternativas a las escuelas públicas, a la televisión, al cine basura, y a la
estridente música "rock", y aquellas alternativas deben ser adoptadas.
La propaganda y el veneno cultural deben ser excluidos de nuestras vidas.
Aquellos que tienen a su
cuidado personas jóvenes, tienen una responsabilidad especialmente pesada. A
pesar de todos los esfuerzos de la izquierda radical y sus simpatizantes en las
escuelas y en los medios de comunicación, con el objetivo de transmutar a los
estadounidenses jóvenes en salvajes, no se les debe permitir tener éxito,
porque en las mentes desorganizadas [de los jóvenes] —vórtices mentales de
anarquismo y nihilismo— no existe poder de resistencia. Los salvajes pronto se convertirán
en esclavos. Los niños y jóvenes deberían ser introducidos en tales conceptos básicos
como honestidad, decencia, virtud, deber, y amor a Dios y al país, a través de
las vidas de auténticos héroes nacionales, hombres como George Washington,
Nathan Hale, John Paul Jones y Robert E. Lee.
Del mismo modo, estarán mejor
capacitados para retener valores civilizados y mantener mentes sanas, si son
animados a aprender a amar su herencia cultural, mediante la buena literatura,
poesía, música y arte. Los padres deben exigir de sus hijos el respeto a la
moral, costumbres y normas de sus antepasados.
Y en la escuela, debe
requerirse que el joven se adhiera a altos estándares de conocimiento
académico. Y lo que es más importante, la religión tradicional debe ser una
parte integral de la vida cotidiana.
También, como ciudadanos
debemos ejercer nuestros poderes persuasivos sobre nuestros representantes
electos. Al hacer esto, nuestra mentalidad debe ser aquella, de exigir la
ausencia absoluta de componendas por parte de los políticos. De la misma manera,
al escoger representantes electos en cada nivel, debemos buscar a hombres y
mujeres que rechacen acuerdos perjudiciales.
Igualmente importante es que, los
honorables hombres y mujeres, intransigentes a las concesiones perjudiciales, a
quienes elijamos para que nos representen, deben ser hechos conscientes de la
estrategia gramsciana de la subversión cultural; ellos deben ser capaces de
reconocer las tácticas y las estrategias que están siendo usadas para socavar
las instituciones de las cuales dependen nuestras libertades. Lograr esa
comprensión requerirá, por su parte, de la creación de un electorado culto y
con principios, que comunicará ese conocimiento a nuestros representantes, y
los hará responsables una vez que se les haya confiado el cargo electivo.
Nunca deberíamos permitir ser
puestos en estampida, como si de un rebaño se tratase, por causa de la
formación de opiniones y juicios estimulados, y orquestados por el
sensacionalismo de la prensa y otras herramientas de los medios de comunicación.
En vez de ello, con tranquilidad, debemos resistir a sus técnicas de manipulación
mental. Debemos esforzarnos por ser pensadores independientes. Al comprender
que no estamos solos, deberíamos regresar a las iglesias, escuelas y
organizaciones políticas y educacionales con tendencias tradicionalistas, y
allí prestar nuestras voces y apoyo para la creación de bastiones de
resistencia ante la embestida gramsciana.
Finalmente, nunca debemos
perder nuestra fe en el futuro, y nuestra esperanza por un Estados Unidos mejor
y un mundo mejor. Dios, con su Infinito Poder e Inmenso Amor hacia nosotros, nunca
nos abandonará, sino que, más bien, responderá a nuestras plegarias, y
recompensará nuestros esfuerzos, siempre y cuando no perdamos nuestra fe. El
marxismo -junto a cualquier otra bandera que el estado totalitario agite en
estos días- no es algo necesariamente inevitable, y no conforma -fatídicamente
y obligatoriamente- las ondas del futuro. Mientras pensemos y actuemos con el
espíritu indomable de nuestros antepasados, no podemos fallar.
(Publicado el 5 de mayo de 1999 en thenewamerican.com)